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miércoles, 24 de marzo de 2010

The Crossing


Parecía un día cualquiera. La tranquilidad sólo se veía alterada por algún depredador que merodeaba por los alrededores en ese clásico juego se supervivencia y selección natural. Todo parecía normal, ¡pero no lo era! Unos pocos miembros de la manada habían alzado sus orejas como si quisieran escuchar con más atención. Los demás permanecían ajenos. Ese día el viento, como medio informativo de la naturaleza, transportaba la noticia. Es un idioma indescifrable para la mayoría, sin embargo esos miembros de la manada, parecían reconocerlo. Puede ser el sabor del polvo, un cambio en el ulular del viento... ¿Quién sabe?
De pronto, una reacción brusca, un movimiento dubitativo, un arranque e inmediatamente una parada. Como si cada uno de ellos tratara de explicar que sí que era la señal, que la había oído.
Es entonces, sin una causa aparente, cuando todos dirigen sus pasos en una misma dirección. Como impulsados por un resorte esos intérpretes inician al unísono la marcha con un trote corto, y no se van solos, más de un millón y medio de ñus les siguen.
Así empieza una de las migraciones más sangrienta de la naturaleza. Cuando lleguen a su destino más de 100000 ñus habrán contribuido a alimentar a depredadores y carroñeros a lo largo de todo el recorrido. Más de 100000 ñus pagaran con su vida la negligente falta de sigilo de esa marea de carne. Es el momento que miles de carnívoros estaban esperando con ansia, para sacar adelante a su prole.
Pero si esa larga travesía es arriesgada en si misma, porque el enemigo está en todas partes, hay momentos que son mucho más inquietantes y que ponen a prueba los nervios y el valor de todos y cada uno de los miembros de la manada. No importa cuantas veces se haya afrontado ya, nunca se es lo suficientemente veterano. Cuando llega ese momento toda la manada hace un alto en el camino. Los que van en cabeza ya lo han divisado y por eso se paran, los que van más retrasados se paran por imitación por que ellos todavía no ven nada. Esa parada marca un punto de inflexión en la marcha del grupo. Los más veteranos saben lo que significa, los nuevos pronto lo sabrán. Nada parece diferente pero ese es el momento en el que la desesperación y el miedo hacen acto de presencia. Nada lo denota, todos parecen tranquilos, pero sus corazones se están acelerando. Es el momento supremo. Es el momento de ¡the crossing!

El día empezaba a levantarse, poco a poco la oscuridad dejaba paso a las primeras luces de la mañana. La noche había templado el ambiente, que distaba mucho de ese calor asfixiante de las horas centrales del día.
Sólo la noche y el alba permiten realizar esfuerzos físicos prolongados.

Soplaba una ligera brisa que ni tan siquiera removía el polvo. Sólo algún mini tornado testimoniaba la presencia de esa ligera brisa.
Las praderas estaban abarrotadas de ñus, miles y miles de ñus se divisaban hasta más allá del horizonte. Reinaba la calma. Únicamente los más pequeños, como siempre, parecían dispuestos a malgastar sus energías.

La lentitud con que avanzaba nuestro vehículo permitía a los ñus, que encontrábamos en medio del camino, apartarse sin sobresaltos e íbamos partiendo la manada en dos aunque a nuestro paso se volvía a cerrar la brecha.

Nosotros sabíamos por que estábamos allí. Si ellos sabían lo que les esperaba, parecían llevarlo con mucha naturalidad.

Llegamos al lugar elegido y aprovechamos para reponer fuerzas; desayuno junto al río Mara.

Disfrutábamos de una excelente temperatura y una no menos excelente conversación, cuando nos vimos sorprendidos por un gran estruendo. Enmudecimos y nos mirábamos los unos a los otros sin comprender lo que pasaba. Nuestro Ranger empezó a gritar: “the crossing…” “the crossing…”.
Nos lanzamos con precipitación para asomarnos al río Mara. Allí estaban. Era una escena indescriptible, maravillosa.
Mientras la cámara de fotografiar sacaba humo, aquel estruendo te iba atrapando. Eran un conjunto de chapoteos, mugidos y precipitación que aceleraba nuestro corazón hasta niveles insospechados. Cientos de ñus estaban cruzando el río Mara a escasos 50 metros de nosotros.

El nerviosismo de los que están más próximos a la orilla, de aquellos a los que ya les tocaba, provoca una espectacular nube de polvo que poco a poco avanza por la pradera como parte del anuncio de que un grupo ya lo estaba intentando. Sus cuerpos se apretaban unos contra otros, como si todos trataran de pasar a la vez por la misma puerta. Empujones, mugidos, pasos cortos, movimientos laterales arrastrando las pezuñas tratando de coger sitio y sobretodo los ojos fijos en la otra orilla. Nada hará que modifiquen su camino. Todos entrarán en el agua por el mismo “pasillo”
El olor a “manada”, polvo y agua resultaba masticable y el estruendo era impresionante.

Detrás de ellos miles y miles de ñus, esperaban pacientemente como si aquello no fuera con ellos y aprovechaban ese descanso para alimentarse antes de que llegase su turno. Parecían tranquilos, aunque aquel sonido nervioso les debía estar taladrando el ánimo.

El Ranger nos sacó de nuestro ensimismamiento y nos alertó del riesgo que estábamos corriendo.

- ¡Hay que subir al coche! – grito.

Ya en el coche nos acercamos un poco más.

Dejé la cámara de fotos a un lado y me dediqué a disfrutar de aquel espectáculo.
Algunos ejemplares al llegar al borde del agua realizaban unos espectaculares saltos para iniciar el crossing. Los saltos son de una plasticidad inigualable. En esos instantes toda la fortaleza de sus músculos se pone de manifiesto. Salto, melena al viento y aterrizaje, la mayor parte de las veces, sobre el cuerpo de alguno de los que van delante.

Esos saltos son la prueba más palpable de la excitación, y la ansiedad de todos por llegar a la otra orilla. Seguramente el crossing no sería lo mismo sin la aportación de esos impacientes desesperados.
Poco a poco los buitres, que habían permanecido posados en el suelo al borde del río en su particular atalaya, empezaban a remontar el vuelo. El río se empezaba a llenar de cuerpos inertes e hinchados que flotaban arrastrados por la corriente.

Empecé a pensar en cual debía ser el estímulo que los ñus encontraban en las praderas del otro lado del río para enloquecer hasta tal punto que eran incapaces de frenar su marcha fuera cual fuese el obstáculo que encontraban en su camino, teniendo en cuenta además que el peaje que pagaba la manada en cada migración era tremendo.

¿Hasta que punto son realmente conscientes de los peligros que corren?

El cruce no lo realiza toda la manada a la vez. Cada grupo decide su momento para realizar el cruce. Además no todos realizan el cruce por el mismo sitio. Algunos tienen más suerte y tanto la entrada en el río como la salida se realizan de manera plácida. Incomprensiblemente otros se empecinan en abrir camino donde no lo hay. Resulta agónico ver su sufrimiento intentando abrir ese camino. Poco a poco las laderas se vuelven resbaladizas por que sus empapados cuerpos las van mojando y forman un barrizal impracticable, lo que convierte la tarea de salvar la pared del lado opuesto en una tarea titánica. Del primer grupo muy pocos consiguen su objetivo. Sus pezuñas empiezan a horadar el terreno pero los empujones de los que vienen por detrás y sobre todo los pisotones, hacen que su fortaleza poco a poco decaiga. Cuanto más débiles se encuentran, más pisotones les propinan, hasta que poco a poco el agua se va apoderando de su cuerpo. Algunos, exhaustos, se dejan arrastrar por la corriente y puede que lleguen a la orilla varios cientos de metros más abajo y tal vez allí tengan más suerte. Otros, ya desfondados y sin fuerzas para luchar, son unas presas muy fáciles para los cocodrilos. Incluso los hipopótamos dejaran su dieta vegetariana para engullir algunos cientos de kilos de esa abundancia de carne.
Pronto todos los cocodrilos estarán ahítos de tanta carne y tendrán que dejar pasar cientos de cadáveres que se perderán río abajo. Bueno perderse no se pierde nada. Los buitres y demás carroñeros no permitirán que se desperdicie ni un gramo de carne muerta.

Mientras contemplaba aquel angustioso despropósito, me dio por pensar en la suerte de ser el último. La paciencia del último de lo ñus en cruzar el rio Mara se veía recompensada con muchas ventajas respecto a los impacientes del primer grupo. Los carnívoros estaban todos haciendo la siesta después del atracón. Y los miles y miles de ñus que habían cruzado al otro lado y sus incesantes golpeteos sobre la pared de tierra, habían terminado por abrir el ansiado camino.
Cuando el último de los ñus de la manada haya cruzado el río Mara de manera algo más sosegada, las aguas ya se habrán cobrado su tributo anual. Más de 60000 ñus no lo habrán logrado.

Resulta espectacular, pero muy doloroso, observar en vivo esa terrible paradoja de la vida:

“Muchos mueren para que otros muchos puedan seguir viviendo”

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